Las misteriosas marcas de los canteros medievales

Si en el post anterior hablábamos de las artísticas señales de propiedad que se pueden ver en muchas casas del casco viejo de Santiago, hoy es el momento de otras que sí se encuentran en muchas construcciones medievales y de la Edad Moderna, esparcidas por toda Galicia. Se trata de las marcas de canteros, testigos pétreos del paso del tiempo que, en origen, tuvieron un significado más bien prosaico.

Las marcas de los canteros medievales se pueden contemplar en edificios de toda Europa, y son curiosamente semejantes se vean en la vieja Compostela, en el castillo de Monforte de Lemos, en la catedral de Chartres o en los edificios nobles de las ciudades alemanas. Según la opinión mayoritaria de los historiadores, se trataba simplemente de una manera visual de justificar el trabajo y percibir el jornal. Por ello, muchas de ellas están hechas con unos pocos trazos simples de cincel, para que, a la hora de cobrar, se supiese con facilidad qué cantero había hecho tal o cual pieza y cuántas le correspondían ser abonadas.

Sin embargo, existen otras teorías que les confieren significados más extraños. Isabel Méndez Lojo identifica en un memorial redactado para el Museo do Pobo Galego signos muy sencillos como flechas, círculos, espirales o líneas simples, pero también dibujos abstractos, animales o caras. Algunos, dice la historiadora, hablan de la calidad de la piedra, de cómo fue cortada o de la posición en la que debía colocarse una vez en la obra. Otras hacen referencia a los gremios que encargaban los trabajos o a la persona que pagaba la piedra y la donaba a la construcción.

También existen, siguiendo este mismo memorial, otras creaciones bien curiosas. En algunas piedras, los canteros grabaron tableros de juego en los que posiblemente mataban las horas muertas entre martillazo y martillazo. Otras podrían tener significados astrológicos, religiosos e incluso humorísticos.

El trabajo de los canteros fue fundamental durante siglos en un lugar como Galicia en el que la mayor parte de los edificios de cierta relevancia se edificaba en granito. La piedra la sacaban de localizaciones al aire libre especialistas llamados pedreiros o chanteiros, encargados de suministrar material en bruto y sin trabajar. Eran después los canteros los encargados de dar forma a las piezas conforme a lo necesario para la edificación.

El oficio del cantero tenía algo de nómada. Muy apreciados en toda la Península, los trabajadores de la piedra gallegos viajaban de ciudad en ciudad y de villa en villa, buscando los lugares en los que había faena con la que ganarse la vida. Eran estos viajes normalmente penosos, que se hacían a pie o, si había suerte, en incómodos carruajes. La vida difícil hizo que estos trabajadores se agrupasen en gremios para apoyarse y para transmitir de generación en generación los conocimientos adquiridos. Lo hacían en un idioma especial que sólo ellos entendían; esa lengua, el latín de los canteros, era de su uso exclusivo, e incluso se llegaba a castigar a quien la enseñase a gentes de fuera de la profesión.

Una curiosidad más, hermosa y poética como se nos antoja que es el trabajo de los canteros y que se recoge en el trabajo de Isabel Méndez: al finalizar la obra, si en su transcurso no había ocurrido ninguna desgracia los canteros colocaban en lo alto de la construcción un ramo de laurel, flores y naranjas; pero si los trabajos habían sido accidentados, el ramo se hacía con tojos y se le prendía fuego.

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