Castillos de Galicia para visitar en familia

Galicia tiene unos cuantos castillos ideales para ir con la prole, con su porcentaje de naturaleza, de historia y de leyenda. Muchos fueron erigidos originalmente como fortalezas y, otros, simplemente como asentamiento del poder feudal. Los que quedan en pie sufrieron transformaciones y reconstrucciones con el tiempo, y de algunos solo queda la torre del homenaje. La mayoría está en lo alto de montes o peñas, para tener una buena panorámica de las tierras y delas vías de comunicación; y, otros, a orilla del mar o en islas, para defensa de la costa. Desde luego, las buenas vistas están aseguradas.

El Castillo de Santa Cruz, por ejemplo, está en una isla, ¿qué más se puede pedir? Fue construido en el siglo XVI en la ría de A Coruña, enfrente de las playas de O Porto de Santa Cruz, para defensa de los ataques por mar. Después de su función militar, el castillo fue propiedad de Pardo Bazán y familia y, más tarde, sirvió como residencia para huérfanos de militares. Tras una etapa de abandono, pasó a ser propiedad del Ayuntamiento de Oleiros y, desde 2001, es sede del CEIDA (Centro de Extensión Universitaria y Divulgación Ambiental de Galicia), lo que también hace que sea un destino de interés educativo. Hoy en día ya no tenemos que ir en barca, porque hay una larga pasarela peatonal que une la isla con el paseo de Santa Cruz. Además de ver exposiciones o hacer actividades medioambientales, podemos disfrutar del paseo por los jardines y por la pasarela que bordea la isla, con buenas vistas de A Coruña y de Santa Cruz, y buenas mazmorras por el camino para contar cuentos.

El Castillo de San Antón se levantó en la misma época y por el mismo motivo, en el islote de San Antón, hoy unido a A Coruña. Del siglo XVI al XVIII tuvo función defensiva y como prisión y, más tarde, fue lazareto para aislar a los marineros que venían con alguna enfermedad infecciosa. Desde 1968 acoge el Museo Arqueológico e histórico de A Coruña, con valiosas piezas castreñas. Además del interés didáctico que supone, el edificio en sí nos traslada a un mundo irreal, sobre todo cuando bajamos al pozo de los deseos, en un aljibe oscuro y misterioso donde hay que echar una moneda y pedir un deseo.

En la ría de Ferrol se construyeron en el siglo XVI tres castillos que formaban el «triángulo de fuego». Solo por el nombre ya merece la pena acercarse. Eran el castillo de San Martín, del que hoy no queda nada; el de San Felipe y el de La Palma. Entre los tres, dominaban la ría con sus cañones y, para evitar el paso de navíos invasores, tendían entre ellos una cadena por el mar, gracias a lo rechazaron muchos ataques. Lo que hoy conocemos del Castillo de San Felipe es del siglo XVIII. Es un ejemplo típico de batería abaluartada. El Castillo de La Palma, en Mugardos, después de sucesivas intervenciones, fue usado como prisión. Actualmente solo es visitable en la temporada de verano. Los dos tienen amplias terrazas para corretear.

Ya en las Rías Baixas, podemos pasarlo muy bien en el Castillo de Soutomaior. Es un conjunto mitad fortaleza medieval mitad pazo neogótico del siglo XIX. Su morador más conocido fue Pedro Álvarez de Soutomaior (Pedro Madruga) que vivió allí en el siglo XV, en la época de las revueltas irmandiñas. El castillo fue cambiando de manos y, en el siglo XIX, los marqueses De la Vega de Armijo lo reformaron a la moda neogótica y diseñaron el parque y los jardines, con gran riqueza de especies. Ya en el siglo XX el castillo fue adquirido por la Diputación de Pontevedra, que lo rehabilitó. La visita al castillo se convierte en un viaje en el tiempo, pues cuenta con puente levadizo y todo y, además de las estancias restauradas, tiene espacio museístico y variados programas de ocio y cultura a lo largo del año: visitas teatralizadas, talleres, mercados de navidad… y mucha programación específica para público infantil.

También tiene mucha historia el Castillo de Sobroso. Para empezar, parece un castillo de cuento, subido en lo alto del monte Landín. Desde arriba, podemos ver Vilasobroso y el Val do Condado hasta la frontera con Portugal. Es un castillo medieval que fue restaurado en el siglo XX. Por él pasaron muchos personajes históricos, como por ejemplo doña Urraca, que fue retenida aquí por su hermana, Teresa de Portugal, y por el duque de Traba. La leyenda dice que huyó por los pasadizos subterráneos del castillo, atravesando los recovecos del monte hasta llegar a orillas del Tea, desde donde marcharía a León. En el castillo, también se celebró la boda de Dinis I de Portugal con Isabel de Aragón. E incluso fue coronado aquí Alfonso VII. Como todos los castillos, tuvo varios dueños, entre ellos el propio Pedro Madruga, hasta que acabó en manos del ayuntamiento en el siglo XX. El interior está rehabilitado y nos da idea de cómo vivía la gente hace muchos siglos. También es sede del Centro de Recuperación y Difusión de la Cultura Popular del ayuntamiento de Ponteareas, con museo del traje gallego y etnográfico. En el exterior hay una buena extensión de campo y árboles del país.

Y, al lado de la playa, en Baiona, recorta el cielo el Castillo de Monterreal, también conocido como fortaleza del monte de Boi. Su época de esplendor transcurrió en los siglos XV y XVI. Por aquel entonces, el conde de Gondomar le puso Monterreal en honor a los Reyes Católicos. Una gran muralla lo rodea, pues antiguamente la ciudad estaba dentro. Está muy bien conservado, aunque tiene añadidos bastante posteriores. También tiene un paseo que circunda por fuera. A este puerto llegó la carabela Pinta a la vuelta de América, el 1 de marzo de 1493. En el muelle está atracada una réplica que se puede visitar, como colofón de la excursión. Conmemorando la fecha, cada año el primer fin de semana de marzo se celebra la Fiesta de la Arribada.

Y terminamos con otro de la realeza, el Castillo de Monterrei, en la provincia de Ourense. Es una de las fortalezas mejor conservadas. Bueno, en realidad es una acrópolis, con hospital de peregrinos y todo. En su tiempo fue estratégico en la defensa de la frontera con Portugal. También hacía su labor cultural, de hecho, aquí se imprimió el primer incunable gallego: el Missale auriense. Cuenta con museo y parador, y muchos rincones para viajar a otra época.

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