Es una de las visiones más mágicas que uno se puede encontrar en Galicia: conduce o pedalea por las reviradas carreteras del interior de la provincia de Lugo, estrechas y muchas veces cubiertas por un techo de vegetación autóctona y, de repente, al salir de una curva, ante sus ojos aparece una majestuosa torre medieval. Es el caso de la fortaleza de San Paio de Narla, una de las mejor conservadas de la Comunidad. Contiene en su interior una interesante colección de objetos a través de los cuales se puede conocer cómo vivían los gallegos hasta no hace tanto tiempo. De su belleza serena es difícil deducir que, en algún tiempo y como tantos otros castillos gallegos, fue escenario de terribles y violentas luchas.
San Paio de Narla, o la torre de Xiá, como se le llama en referencia a la parroquia del ayuntamiento de Friol en que se sitúa, se encuentra a unos treinta kilómetros de la capital provincial. Para llegar desde esta, hay que cruzar el Miño por el nuevo puente, coger la carretera LU-232 hasta Friol y una vez en el centro de esta villa tomar a la izquierda el vial hacia el castillo, perfectamente señalizado.
Dominando el cauce de dos pequeños ríos desde una modesta altura, seguramente un antiguo castro, San Paio de Narla destaca por su imponente torre del homenaje, que se recorta contra el cielo con sobriedad. Se trata de un edificio de origen probablemente anterior al siglo XIV, aunque la mayor parte de lo que hoy se contempla se construyó después del siglo XVI.
La razón, como ocurre con muchos castillos gallegos, es la Revuelta Irmandiña de mediados del siglo XV. Durante la llamada Gran Guerra Irmandiña (1467-1469) los vasallos se rebelaron contra las infames condiciones de vida que les imponían los señores feudales, derribando buena parte de los edificios que simbolizaban el poder: los castillos. El de San Paio de Narla no fue una excepción, pero con la derrota de los Irmandiños y el triunfo de los señores, la torre fue reconstruida y sirvió como residencia de familias nobles hasta bien entrado el siglo XIX, un cometido mucho más tranquilo dentro de la Galicia agraria del antiguo régimen.
Es obligada la subida a lo alto de la torre de homenaje. Desde ella se contempla una espectacular vista de la comarca lucense y de la Ulloa, una zona que merece la pena ser visitada con calma. El edificio está lleno de detalles que fascinarán a quien quiera pararse a mirarlos, como la capilla, con su curioso retablo y un pequeño órgano.
Desde 1983 el castillo acoge la sección de etnografía del Museo Provincial de Lugo. Alberga, por lo tanto, una gran colección de herramientas, máquinas y utensilios, relojes, muebles, medios de transporte o prendas de ropa empleados por los gallegos a lo largo de las centurias, fundamentalmente en el interior rural. Es especialmente llamativa la colección de armas, en la que tienen cabida desde una armadura colonial española del siglo XVI a los aparejos defensivos de un samurai, además de numerosos tipos de escopetas, pequeños cañones, cuchillos, espadas o machetes.