Las cien palabras gallegas sobre la lluvia

Parece ser que el dicho de que los esquimales cuentan con más de cien palabras para designar la nieve es un mito inventado hace menos de cien años por filólogos con mucha imaginación. Lo que sí es cierto es que los gallegos contamos con docenas de términos con los que llamar a la lluvia, un elemento cotidiano del que hemos hecho arte, por lo menos en el plano lingüístico.

Es evidente que el dato global depende del año y de la comarca o incluso del valle del que se hable, pero en Galicia cerca de la mitad de los días del año son días de precipitación. Así que no es extraño que durante siglos el idioma gallego fuese especializando términos para referirse a las diferentes formas que tiene el agua que cae del cielo, así como a los momentos en los que para de caer. Partimos de la muy sencilla palabra chuvia o choiva, derivada directa del latín pluvia, para ir variando según la intensidad del fenómeno.

De esta forma, una lluvia débil, de esa que se mete en los huesos si uno no va preparado, puede llamarse orballo, chuvisca, barruzo… Como suele ser un fenómeno bastante molesto para quien debe pasar por la calle o trabajar a la intemperie, también se le llama con poco agradables palabras como babuxa, babuña, barballa o babuxada; si es muy fina y persistente, poalla o poalleira, y por quien la sufre no se da por aludido y no se abriga, también se denomina mexaparvos (“meatontos”) o mexadeira.

Subamos el chubasco de intensidad y tendremos treboadas o torbóns, xistra, arroiadas en las que el agua corre con fuerza o chuvieiras intermitentes. En estas ocasiones es habitual que llueva a caldeiros, a xerros o a ballón, y que caiga un auténtico dioivo. Si además hace mucho frío, se hablará de auganeve, cebrina, escarabana o, poniéndonos más serios, de nevaradas, pedrazo o sarabiadas. Si simplemente hace ese tiempo tan gallego en el que, sin llegar a llover, hay tanta humedad en el ambiente que uno se empapa solo con salir a la calle, habrá néboa, brétema, borraxeira o sarracina, de esa que a uno lo dejan mollado coma un pito (“mojado como un pollo”).

Aunque lo bueno de la lluvia en Galicia es que siempre acaba por dejar de caer. Se dice entonces que escampa, escambra, delampa o aliva, y ese es un momento habitualmente feliz. Pero como los gallegos llevamos la lluvia metida dentro, no podemos dejar de hablar de ella incluso en los días de sol. Así, a quien no razona demasiado le decimos que le chove na cabeza o no faiado (en la azotea), y a quien no nos escucha, que hace coma quen ve chover. Si recordamos algo que pasó hace mucho tiempo diremos que xa choveu desde entonces, y si tenemos un problema, que nunca choveu que non escampase (“nunca llovió que no despejase”). A veces hay cosas que nos sorprenden, ante las cuales exclamamos: Manda chover na Habana! Si algo no nos importa, diremos que por nós, que chova, y si se comete una injusticia pero nadie se atreve a protestar, mexan por nós e dicimos que chove (“mean por nosotros y decimos que llueve”).

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