En la provincia de A Coruña se encuentra Fisterra, Finisterre, Finis Terrae (fin de la Tierra) o, lo que es lo mismo, el fin del mundo conocido en la antigüedad. Se trata de una lengua de tierra rocosa que se adentra en el mar unos tres kilómetros y tiene un ancho de un kilómetro y medio.
La forma alargada de este cabo y la situación de Galicia en una esquina del Imperio Romano hicieron que durante siglos se considerase que no había nada más allá de esas tierras. Quizá por eso este punto del mapa siempre fue considerado un lugar mágico, misterioso y lleno de leyendas.
Se dice que este es el lugar al que quiso acercarse el mismísimo Décimo Junio Bruto tras declararse vencedor en la conquista de la antigua Gallaecia para ver cómo el sol desaparecía engullido por el mar. Anteriormente había en el lugar un templo dedicado al Sol llamado Ara Solis, construido por los fenicios como lugar de culto del astro rey. Quizá por este motivo aún hoy el fin de la ruta xacobea se sitúa en este lugar al que cada año se acercan miles de peregrinos para ver la puesta de sol después de haber visitado la tumba del Apóstol Santiago; allí quemarán sus ropas y comenzarán el regreso a casa.
Así, y desde el principio de los tiempos, Fisterra evoca un misterio insondable en el alma de los hombres. Las raíces de su aura legendaria tienen su origen en la mitología de los primeros pobladores de Europa, que creían que el mundo terrenal daba paso, con la llegada de la muerte, a otra existencia en un lugar situado al oeste, donde veían ponerse el sol. En las leyendas celtas es frecuente encontrar imágenes de héroes que hacen su último viaje a este paraíso en una barca de piedra, y es por ello que esta unión de piedra, mar y espiritualidad pervive aún hoy a lo largo de la Costa da Morte de diferentes maneras.
Hoy en día, en lo alto del monte se encuentra la ermita de San Guillermo, lugar cristianizado a partir de los cultos paganos relacionados con la fertilidad y donde se situaba la piedra llamada “a cama do santo” o “cama de San Guillermo”, que un obispo mandó destruir en el siglo XVII por considerarla pagana. Se encuentra también allí, entre restos arqueológicos, un sarcófago antropomorfo del siglo VII. Pero si hay un elemento famoso en este trocito de tierra es el faro de Cabo Fisterra que, con una antigüedad de 164 años, es el segundo lugar más visitado de Galicia después de Santiago de Compostela. Desde este punto se divisan unas espectaculares vistas del Océano Atlántico, de la Ría de Corcubión y de la costa de Carnota con su famoso Monte Pindo, y en días despejados se puede llegar a ver incluso el Monte de Santa Trega, situado en la frontera de Portugal, justo en la desembocadura del Río Miño.
Cabo Fisterra ha sido también, a lo largo de los siglos, un imán para gente de todo el mundo, atrayendo a viajeros de países lejanos y también, aunque con peor fortuna, a decenas de barcos que naufragaron en sus aguas.
Recientemente, este lugar ha recibido el galardón, en el cincuenta aniversario del Tratado de Roma, de “Patrimonio Europeo”. Este galardón tan sólo es compartido por tres lugares más en España.
Por todo ello, por su historia, por su leyenda y por su enorme valor, este lugar debería ser un punto de visita obligada para todo aquel que venga a Galicia.