¿Te has parado a pensar alguna vez cómo se hacen las campanas de las iglesias? ¿Dónde se fabrican? ¿Quién las prepara?
Pues no tienes que irte muy lejos para descubrirlo. En Caldas de Reis existe un taller de fundición de campanas y metales finos a cargo de la familia Ocampo.
Pero no es de ahora. Nada más y nada menos que 400 años lleva en la parroquia de Arcos da Condesa este obrador de sonoras piezas.
En 1630 Felipe Blanco Paz establece su zona de trabajo allí. Hasta entonces fabricaba las campanas en el lugar donde se hacía el encargo. Era lo habitual, trabajar sobre el terreno, donde se juntaban varios artesanos, montaban un horno y fundían campanas para todas las parroquias colindantes. Y así una y otra vez, moviéndose por toda Galicia como si de nómadas se tratase.
Felipe Blanco decidió cambiar esa forma de trabajar y asentarse en un lugar estable. Desde entonces, y tras el paso de las distintas generaciones que se fueron implicando en el negocio, han cambiado de taller en dos ocasiones, pero manteniéndose siempre en la parroquia de Arcos da Condesa. El actual, nos lo encontramos en Badoucos.
Ahora está al frente José Enrique López Blanco, Chicho. Se crió entre barro y bronce, oliendo a tierra quemada, y poco a poco el oficio se fue metiendo en su ser. Con 20 años ayudaba a su padre y ahora, con él jubilado, ha cogido el relevo.
Es el último campanero de Galicia, pero se resiste a abandonar su tradicional forma de construir este instrumento tan peculiar. Y no es sencillo. Un encargo puede llevarle alrededor de 3 meses.
Lo primero que hay que hacer es preparar tres moldes de barro, unos por encima de otros, superpuestos, sin que se peguen. Una vez secos, el del medio se rompe y se tira, uniéndose de nuevo el de fuera y el de dentro, dejando así un espacio donde se echará el bronce. Esas piezas de barro se entierran, como a la vieja usanza, para conseguir más resistencia cuando llegue el momento de verter el la aleación.
Pero no vale cualquier material para ese proceso. El estaño y el cobre son los componentes con los que ellos trabajan para hacer el bronce, con unas proporciones muy bien medidas para que todo salga a la perfección. En ese momento se pueden alcanzar en el taller temperaturas muy altas porque el líquido que se consigue al fundir el metal con la leña quemando con toda su fuerza alcanza los 1.200 grados.
De eso, del espesor de la campana en cada zona y del proceso de enfriamiento posterior, dependerá que el instrumento emita unos sonidos u otros. Ahí está el secreto.
Lo saben en la Catedral de La Almudena, donde los Ocampo han dejado impronta haciendo las joyas que cuelgan de su campanario, pero también lo sabemos aquí en Galicia, donde han fabricado campanas como la de Bastavales o las de la Catedral de Santiago de Compostela. En este último caso, preparando unas réplicas de las que estaban anteriormente.
Ahora es la hija de Chicho la que juega con la tierra en el taller mientras él intenta mantener esta tradición de maestro campanero viva. ¿Por otros 400 años más?